Pesado y molesto como un zumbido, como el respirar húmedo del enemigo en la nuca; doloroso como una uña que rasca cuando no nos pica es esa media verdad maldita que busca intermitente e incansablemente su mitad.
Aunque sigamos como si nada, porque seguimos como si nada animándonos sólo de a ratos a confesarnos, que al llevarnos la otra mitad, a ésta la sentimos en la cara, la vemos en las sombras; que sabemos (porque siempre sabemos) que está a punto de asaltarnos y sacarnos: los abrigos seguros, los zapatos conocidos, los pantalones gastados y cómodos.
Sin embargo le sentimos el aliento, meneamos la mano al costado del oído pero el zumbido vuelve. Nos hiere su filo al precio del filo que creemos que nos salva.
Y sí, como un berdugo persiste aunque le pongamos siete veces siete la otra mejilla y más.
Y cuando nos colma su lenta totura, la miramos a los ojos y es horrible. Es el dolor, la nada, el vacío, los cristales que se rompen y nos devuelven más fiel que nunca nuestra imágen ya nada imaginaria.
Por supuesto que ante tal espanto contraemos los sentidos para no sangrar y andamos por un tiempo con la vida y los proyectos en carne viva. Porque sabemos (y siempre sabemos) que la próxima estación está llena de tristeza y soledad.
Y nos asomamos desarmados (desalmados) hacia la conciencia renovada de que somos singulares, somos agua, mar, río; que todo se va, que es mejor que se vaya cuando dejamos de aferrarnos porque media verdad no nos salva. Cuando sucumbimos con todos los miedos y todas las heridas en un fluir nuevo donde las cosas, alguna vez conocidas y queridas, ya no están; porque también eran río en otro cauce.
1 comentario:
Un texto extraordinario. me ha gustado mucho
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