miércoles, 24 de junio de 2009

En algunos inviernos fríos del sur florecen aves,
como globos de niños en el parque
que navegan en el viento más azul.
Suenan los timbres de las casas
y se tiñen de carmín los labios
que acarician otro aliento y se sumergen.
Cuando jugamos a la infancia
saltando al cielo del amor y la rayuela,
vedamos las arrugas y las astucias de los hombres maduros.
Calculamos la distancia entre un sueño y el otro
la diferencia de ser fiel y taciturno
luz y ráfaga de mar, fuego encendido y brasa.
La risa del principito resuena en las estrellas
como pozos de agua con una roldana enmohecida
que dan de beber.

viernes, 19 de junio de 2009

Con fecha de hoy

Cuando hablamos de SEPTIEMBRE
hablamos de ir despacio
y vernos al día siguiente
o a la próxima hora del día
que tengamos disponible.
Por lo general son las horas del sueño
mezcladas con la vigilia,
que llega 60 minutos después
de cerrar los ojos.

En esos viajes astrales andamos,
envueltos en el tapizado de un auto,
como si fueramos de 20 y 17.

martes, 9 de junio de 2009

Quedaste absorta
atrapada y sola en ese capullo de dolor
ahora vos, mariposa, y tus alas rotas;
dormida para siempre de la desesperación
de toda esencia que te continúa
tan a la deriva
que ni el destino quiere hacerse cargo ahora.
Capullo ceniciento
del que un príncipe de viento a besar se rehusa.
Sólo un fuego oscuro
te busca lentamente
para eclipsarte al fin con tu derrota
(porque ya sos suya).

Araña suelta, mariposa atada

lunes, 1 de junio de 2009

Media verdad, media mentira

Pesado y molesto como un zumbido, como el respirar húmedo del enemigo en la nuca; doloroso como una uña que rasca cuando no nos pica es esa media verdad maldita que busca intermitente e incansablemente su mitad.

Aunque sigamos como si nada, porque seguimos como si nada animándonos sólo de a ratos a confesarnos, que al llevarnos la otra mitad, a ésta la sentimos en la cara, la vemos en las sombras; que sabemos (porque siempre sabemos) que está a punto de asaltarnos y sacarnos: los abrigos seguros, los zapatos conocidos, los pantalones gastados y cómodos.

Sin embargo le sentimos el aliento, meneamos la mano al costado del oído pero el zumbido vuelve. Nos hiere su filo al precio del filo que creemos que nos salva.
Y sí, como un berdugo persiste aunque le pongamos siete veces siete la otra mejilla y más.

Y cuando nos colma su lenta totura, la miramos a los ojos y es horrible. Es el dolor, la nada, el vacío, los cristales que se rompen y nos devuelven más fiel que nunca nuestra imágen ya nada imaginaria.

Por supuesto que ante tal espanto contraemos los sentidos para no sangrar y andamos por un tiempo con la vida y los proyectos en carne viva. Porque sabemos (y siempre sabemos) que la próxima estación está llena de tristeza y soledad.

Y nos asomamos desarmados (desalmados) hacia la conciencia renovada de que somos singulares, somos agua, mar, río; que todo se va, que es mejor que se vaya cuando dejamos de aferrarnos porque media verdad no nos salva. Cuando sucumbimos con todos los miedos y todas las heridas en un fluir nuevo donde las cosas, alguna vez conocidas y queridas, ya no están; porque también eran río en otro cauce.