miércoles, 24 de junio de 2009

En algunos inviernos fríos del sur florecen aves,
como globos de niños en el parque
que navegan en el viento más azul.
Suenan los timbres de las casas
y se tiñen de carmín los labios
que acarician otro aliento y se sumergen.
Cuando jugamos a la infancia
saltando al cielo del amor y la rayuela,
vedamos las arrugas y las astucias de los hombres maduros.
Calculamos la distancia entre un sueño y el otro
la diferencia de ser fiel y taciturno
luz y ráfaga de mar, fuego encendido y brasa.
La risa del principito resuena en las estrellas
como pozos de agua con una roldana enmohecida
que dan de beber.

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