En algunos inviernos fríos del sur florecen aves,
como globos de niños en el parque
que navegan en el viento más azul.
Suenan los timbres de las casas
y se tiñen de carmín los labios
que acarician otro aliento y se sumergen.
Cuando jugamos a la infancia
saltando al cielo del amor y la rayuela,
vedamos las arrugas y las astucias de los hombres maduros.
Calculamos la distancia entre un sueño y el otro
la diferencia de ser fiel y taciturno
luz y ráfaga de mar, fuego encendido y brasa.
La risa del principito resuena en las estrellas
como pozos de agua con una roldana enmohecida
que dan de beber.
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