A él no hube
de escribirle casi nunca
y el día que
quise regalarle un poesía
tuve que
inventarla con la cien, con los dedos,
con gramática y palabrería,
con gramática y palabrería,
con las
historias que nos contábamos
siempre a
media luz.
A veces me
pregunto por qué
fue tan
mezquino mi corazón
si yo vivía
para él, aunque de otra manera:
le cocinaba
a diario, lo miraba a los ojos,
y solía
cantarle una canción al oído
que hablaba
de nosotros dos.
- El hacía su
mejor intento
por salvarme
de la soledad
y entonces yo
a veces,
le dejaba
creer que sucedía.-
A él no hube
de escribirle nunca,
ni presentí
su llegada,
ni escribí
de él tras su ausencia
y cuando
estuvo, viví para
él pero de otra manera:
yo fui poesía.
Quizás, mientras estuvo, me salvó de la soledad...
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