miércoles, 7 de diciembre de 2011

Un STAEDTLER Noris HB2



No, no he puesto una librería ni comercializo lápices. Tampoco soy dibujante, ni arquitecta, ni analista de marketing, ni publicista. Mi único profesión viene de tener la misma facilidad para el absurdo en la felicidad que en la tristeza. Y hoy acabo de encontrar la clave de la vida en un STAEDTLER Noris HB2.

(Al que le sobren pastillitas verdes, rojas o azules las depositan luego, cuando pase el sombrero).

Les decía... hace un ratito, un momento nomás, estaba en la oficina a punto de escribir una breve nota sobre un Curriculum Vitae. Me dispuse a tomar el lápiz, se trataba de una nota de la que no tenía plena seguridad y que iba a asentarla para plasmar la hipótesis. Tomé entonces el lapiz y lo miré. Me di cuenta que no tenía mucha punta, estaba gastadita, redondeada, brillosa. Apenas podía verse ese iceberg grisaceo sobre la madera.

Con la mano izquierda agarré entonces el sacapuntas, uno de esos de acero que también son un chiche. Mientras escribo esto recuerdo una prosa de Borges del libro "El Hacedor", una en particular que se llama "Mutaciones". También me acuerdo de que la semana pasada tomé un examen en la facultad, en el que había fotos que yo consideraba, eran de público conocimiento, al menos en el ámbito de una facultad de psicología. Algunos alumnos vinieron a preguntarme quiénes eran los de las fotos. ¡Me quedé perpleja! ¿Será la diferencia de edad o nunca se limita a una sola variable? Aquí están también las misma fotos para perplejidad o desconocimiento de ustedes.




Y ahora que volví a mirar a mi sacapunta de acero, pensé... tal vez en una veintena de años o aún en menos las computadoras borren su rastro para siempre. Como dice "Mutaciones":

"En un corredor vi una flecha que indicaba una dirección y pensé que aquel símbolo inofensivo había sido alguna vez una cosa de hierro, un proyectil inevitable y mortal, que entró en la carne de los hombres y de los leones y nubló el sol en las Térmópilas y dio a Harald Sigurdarson, para siempre, seis pies de tierra inglesa.
Días después, alguien me mostró una fotografía de un jinete magyar; un lazo dado vueltas rodeaba el pecho de su cabalgadura. Supe que el lazo, que antes anduvo por el aire y sujetó a los toros del pastizal, no era sino una gala Insolente del apero de los domingos.
En el cementerio del Oeste vi una cruz rúnica, labrada en mármol rojo; los brazos eran curvos y se ensanchaban y los ro­deaba un círculo. Esa cruz apretada y limitada figuraba la otra, de brazos libres, que a su vez figura el patíbulo en que un dios padeció, la “máquina vil” insultada por Luciano de Samosata.
Cruz, lazo y flecha, viejos utensilios del hombre, hoy rebajados o elevados a símbolos; no sé por qué me maravillan, cuando no hay en la tierra una sola cosa que el olvido no borre o que la memoria no altere y cuando nadie sabe en qué imágenes lo traducirá el porvenir."

Perdonen estas emociones que se me van por las ramas cuando recuerdo a Borges, volvamos a la escena. Tomé el sacapuntas con mi mano izquierda, introduje la punta del lápiz en el agujero con mi mano derecha y comencé a darle vueltas hacia afuera. Mientras lo hacía, mientras cumplía con el prodigioso ritual de sacarle puntas a un lápiz como lo hago desde mi más tierna infancia, sucedió la revelación.

Veía la lámina de madera enrrollarse sobre el sacapuntas y escuchaba el ruido mínimo que hacía la mina al romperse, los dos ruidos podrían haberse confundido en un oído poco detallista pero no en el mio. Como en una canción, existe una melodía hecha por el conjunto de instrumentos y a su vez existe una melodía hecha por cada uno de ellos. Así es como oía yo, en ese momento, sólo a la mina romperse, crujir hasta quedar cónica. Y esos granitos de mina resultantes eran tan diminutos como esos granitos de polvo blanco que se ven en una habitación oscura cuando entra un sólo rayo de sol, uno solo.

Y ahí es donde pensé: - estos lápices nunca fallan. Jamás saca uno el lápiz del agujero del sacapuntas y queda la punta rota dentro. Jamás se dispone uno a escribir y apenas apoya el lápiz en el papel en forma oblicua, la mina se disocia de él como si la unión aparente hasta ese momento hubiera sido un espejismo, una ilusión mantenida en una realidad falseada por un mago o un artista.

En cambio, un STAEDTLER Noris HB2 mantiene un equilibrio exacto entre su exterior y su centro y ambos, mantienen un equilibrio exacto entre la fragilidad y la dureza. Se rompen lo justo y necesario, aún con esos sacapuntas baratos hechos de plástico y con un filo poco virtuoso. Se transforman, se adaptan, están hechos con buenos materiales y la unión de elementos es tal, que al tacto, no hay distancia ni espacio entre ellos. Sin embargo la rugosidad de la madera se distingue en el mismo tacto de la barra de grafito o de carbón de leña impregnada con la dosis justa de grasa o arcilla.

Este lápiz soporta distinta presiones, mi mano en primavera y en invierno, cuando escribo poemas de amor, cuando escribo informes para empresas. Este lápiz es exacto en las manos de un niño, en las de un anciano, en las de un espíritu jovial y liviano que apenas lo toca, que apenas lo apoya en el papel y también en las de un espíritu tosco, oscuro, de trazo lento, apretado, que apuñala el papel mientras deja su estela de sudor en la hoja.

El STAEDTLER Noris HB2 tiene un trazo justo, no es oscuro, no es claro, no es grueso ni fino. Es verdad que cualquiera puede borrarlo porque esa es la escencia de un lápiz. Y entonces los profanadores de verdades podrán decir con voz grave y gruesa que ninguna certeza ha de escribirse con lápiz. Que las certezas destilan tinta en elevados manuscritos científicos y metafísicos de todos los tiempos. A simple vista puede dudarse de una carta de amor escrita en lápiz, más aún de una tesis doctoral, ni hablar de una enciclopedia religiosa. Y sin embargo, cuando los astronautas quisieron escribir en la luna, no usaron tinta.

Será que el Universo prefiere los lápices para poder escribir en las estrellas, para poder borrar y volver a escribir la historia del hombre, cada vez, otra vez y para siempre. Por eso hoy, me he maravillado sacando punta a un STAEDTLER Noris HB2. Tal vez cada uno de nosotros deba convertirse en un lápiz de escribir amarillo y negro.

Mi única obsesión viene de esta fascinación por el absurdo en el dolor y en la belleza.

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