jueves, 9 de octubre de 2014

Ya nadie podrá llevarte al infierno, literal y caluroso en el que hay que poner la cara lejos de las sábanas para sentir un poco de aire fresco, para escapar del sudor de un caldero encendido a plena potencia. Cosas así por ejemplo, pequeñas, que no volverán a sucederte y tampoco habrá otro infierno, de ojos mirándote a la altura de tu sombra, absorbiéndote la oscuridad a mordiscones. Y tal vez en un principio hayas creído que esta ausencia de intensidad, esta paz de hoy, era... la-vida-vivida-como-corresponde.

Pero tarde o temprano te darás cuenta Horacio, que estabas en el cielo y que este amor no tenía nada que ver con la rutina y que yo era un Viera da Silva que sólo se entiende de lejos y que vos, sólo allí apoyabas la nariz contra el vidrio, intentando escapar de la pecera.
Y hasta parecías estar vivo, mirá, como si algún fosforito se prendiera en tu corazón alguna que otra vez. Y yo presentía que ahí ardía una hoguera. 

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