lunes, 28 de octubre de 2013

Sé que sucede, no me preguntes cómo… ni siquiera creas que me he quemado ya… lo único que puede decirte es que de repente sé que sucede. Fuera de previsiones y de cálculos, de cánones, estructuras, prejuicios y planes… llega un día, se instala, nosmoja los pies. Porque él no era fuego, no era sólo fuego el amor, también era agua, dicha, calma y paz.

Después viene todo lo demás también, las turbulencias y los ciclos, los brazos acalambrados de sostener siempre la misma nuca y los gestos de memoria, la sonrisa o la frase repetida con la que terminará un elocuente discurso basado en por qué habría que hacer las cosas tal como él las haría. Pero eso viene después.

Antes, al principio, nos muestra las heridas, los golpes, la desconfianza, se defiende de sí, se defiende de volver a empezar un viaje que pueda terminar en tragedia… otra vez. Y va a tientas con la remota esperanza de la rutina bien entendida, de la atención en los pequeños detalles. Y en el mismo costal pone al destino, a las ganas y al miedo, ya no con la inocencia de los primeros amores, ni con su inconciencia, ni con su impulso voraz. Más lento pero más sabio, más inocente y menos ignorante de tantas cosas… de lo que duele el amor, de lo que vale el amor.

Aún no sé su nombre o tal vez lo sepa y espero que me llame… no importa. De repente, sé que sucede. Viejos o nuevos serán sus rasgos y al pasar por allí, junto a él, alguien se nos quedará mirando y escribirá después: “se puede ser así: dos… no te imaginas cómo se les nota”.

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